...Una luna cornuda y colosal arrojaba su luz fría y espectral sobre
el Puente de Obsidiana. Un puente de vítrea oscuridad que permanecía suspendido
en un abismo al fondo del cual rugían enloquecidas aguas estigias.
Debatíame yo en feroz combate con el Guardián del Paso.
Nuestras espadas restallaban incesantemente una contra otra en un vendaval de temibles
golpes. Al cabo de un tiempo de lucha, sentí que mis acometidas se volvían más
desesperadas, mi aliento se aceleraba, y mis fintas adquirían la imprecisión
del cansancio…
En un momento dado, lancé un tajo ascendente que fue
hábilmente barrido por mi oponente, que contraatacó con una rápida estocada. Yo
finté a un lado y desvié su envite con un movimiento circular de mi acero; acto
seguido descargué un espadazo en diagonal dirigido hacia su cuello. El guardián
alzó su hoja a tiempo para parar mi golpe, inmediatamente dio un paso en sesgo
y lanzó un potente mandoble horizontal que me hubiera partido en dos de no
haberme agachado bajo el terrible vuelo de la mortal espada.
Resoplando y apoyándome en la baranda del puente, me incorporé
y adopté de nuevo mi guardia. Ráfagas de viento nocturno y lunar comenzaron a
aullar en el abismo haciendo vibrar el puente. Observé los ojos acerados de mi
oponente, y comprendí en su expresión implacable que los siguientes instantes
serían fatales…
Con los dientes apretados nos lanzamos el uno contra el
otro. Desvié un tajo que me buscaba la cabeza y lancé una estocada oblicua. El
Guardián paró mi ataque y me lanzó un par de tremendos golpes cruzados…Salté a
un lado para esquivar el primero y alcé mi guardia para bloquear el segundo.
Acto seguido descargué un desesperado revés a dos manos con mi hoja de combate
que fue a estrellarse contra el acero de mi contrincante. Nos miramos a los
ojos con una suerte de funesto reconocimiento, las crucetas y los filos de
nuestras armas estaban encajados, presionando uno contra otro.
Con ímpetu me fue empujando contra la baranda negra del
puente con la evidente intención de arrojarme al vacío. Apelé a mis últimas
reservas de energía para ejecutar una desesperada maniobra: rápidamente, solté
mi mano izquierda de la empuñadura y aferré la hoja de la espada del Guardián. Torciendo
con fuerza el metal y soportando el dolor del corte, logré apartar su arma un
poco. Y así, aprovechando el hueco que se me abría, lancé una estocada que
atravesó brusca y fatalmente el cuello de mi oponente…
Mi hoja quedó clavada en su cuello mientras él daba un par
de pasos atrás. En su rostro, perturbadoramente parecido al mío, se esbozó una
enigmática sonrisa. Luego, asombrosamente, su perfil, su forma y presencia comenzaron
a desdibujarse en la penumbra plateada de la noche hasta desaparecer por
completo. Mi espada, el arma proverbial de mis antepasados, cayó sonoramente en
el negro suelo de obsidiana. Me acerqué tambaleante y la enfundé en la vaina
que pendía de mi cinto.
El viento se había intensificado; sacudía mis cabellos
blancos y casi amenazaba con hacerme perder el equilibrio. Mi uniforme negro
estaba agujereado y manchado de sangre…
Tomé aire y alcé la vista; creí ver ciclópeas e imprecisas
formas pululando ominosamente por los cielos lunares. Reemprendí mi camino por
el puente sin mirar atrás. Mientras caminaba pensé que si en el otro extremo
del puente me esperaban más oponentes, no me encontraría en condiciones de
hacerles frente. El final del paso se acercaba y con la luz selénica distinguí
un sendero que remontaba una loma empinada.
Dejé atrás el puente y comencé a subir la loma, con mi
siniestra apoyada en el pomo de la espada. Una especie de violácea fosforescencia
comenzó a adivinarse proveniente de algún lugar al otro lado de la pendiente.
La fosforescencia fue ganando poténcia a medida que alcanzaba la cima hasta el
punto que cuando me hallé en lo alto descubrí que un Sol de amatista había
amanecido en los cielos. Vi un claro de bosque rodeado de majestuosas arboledas y
en mitad de ese espacio atemporal había un Unicornio.
Entendí que la preternatural criatura hacía un gesto amable y
avancé hacia ella. Tenía un cuerpo albino y esbelto, a mitad camino entre el de
un cervatillo y un corcel, una mirada de color oro puro y un cuerno de
cristalina iridescencia. Solamente entonces supe que no había errado mi camino
en el Páramo de la Niebla.
Me acerqué lentamente, con reverencia, al Unicornio. Quise
hablar pero ningún sonido salió de mi boca; él avanzó hacia mí hasta que
estuvimos a apenas un paso o dos de distancia. Había en sus ojos dorados un
candor devastador. Volví a intentar hablar… fui capaz de decir “¿Puedes Tú Ayudarme?”. Él asintió con su elegante cabeza y creí adivinar
una sonrisa en su expresión…
De repente me embistió y ensartó mi vientre con su cuerno
iridiscente. Yo no grité, abrí mucho los ojos y la boca, y extendí mis brazos
con los dedos de mis manos encrespados. Un relámpago cruzó mi alma.
“Ahora te he
fecundado” me dijo el Unicornio.
Y entonces sucedió lo que sucedió…