"...Toda consecuencia anticipada, es decir, toda intención o expectativa ocasiona un determinado estado de ser. Del mismo modo que la "caída en el sueño" es una experiencia que puede y debe ser considerada desde el presente vivo, también la ley de causa y efecto, conocida como Karma, sólo adquiere sentido cuando el hombre sabe que ya en el presente recoge el fruto de su acción. A partir de este estado de conciencia es posible recorrer el camino que hace al hombre libre; pues libertad y responsabilidad son conceptos que se explican recíprocamente. Dicho con otras palabras: pasado y futuro confluyen en el presente y lo construyen. Descubrir esto y comprenderlo en profundidad sólo es posible a partir de un nuevo estado de conciencia. En el último siglo la humanidad ha sido confrontada con un hecho innegable, la existencia de lo invisible en nosotros. El ser humano no es tan dueño y señor de sus actos como pretendía. Su inconsciente le subyuga. Así pues, el conocimiento de sí mismo implica llevar a la conciencia todo aquello que nos domina; es decir, ser conscientes de nuestros miedos, nuestras verdaderas intenciones, nuestro velado egocentrismo... Aunque este proceso pueda tener aspectos psicológicos, en realidad esta toma de conciencia sólo es posible a partir del despliegue del núcleo espiritual latente. ¿Por qué consideramos esto así? Porque el subconsciente es el tirano oculto, el 6 dominador de la personalidad. Su existencia apareció en el momento en que la conciencia perdió su conexión con el espíritu. El ser humano ya fue llamado por los griegos microcosmos, es decir, pequeño mundo. Siguiendo el principio de correspondencia hermético, “como arriba, así es abajo”, el microcosmos es un reflejo del macrocosmos. Al igual que el cosmos presenta dos posibilidades de manifestación, dos naturalezas, una dialéctica –caracterizada por la alternancia de los contrarios – y otra original –que se explica por el eterno devenir en la luz de Dios – , también el ser humano presenta esta doble condición: mortal según su naturaleza animal, e inmortal según su núcleo espiritual latente. Tal vez se pregunte por qué motivo existe esta doble naturaleza en el hombre. Pues bien, la rosacruz es clara en este aspecto: la personalidad natural, mortal, es fruto del plan de salvación de los microcosmos divinos. El hijo de Dios, habiendo perdido su capacidad de manifestación, necesita de un ser provisional que, en un determinado momento, se vuelva consciente de su ser espiritual latente y, mediante un proceso alquímico de regeneración, permita el renacimiento de este ser dormido en su interior. Durante infinidad de encarnaciones, el átomo chispa de espíritu permanece a la espera, como una semilla que necesita un medio y unos alimentos adecuados para crecer y manifestar sus capacidades. Esta semilla es inmortal, la muerte no la destruye. No así la personalidad natural, formada a partir de los materiales físicos-etéricos de la naturaleza de la muerte (el aspecto natural, no original, del cosmos). Por ello, tras una vida de experiencias más o menos aprovechadas que dura algunas décadas, y tras la muerte de la personalidad y un tiempo de asimilación y de reposo, el ser espiritual del microcosmos debe adoptar otra personalidad que experimente, de nuevo, en este mundo espacio-temporal. Este ciclo de vida y muerte, de manifestación visible y de no-manifestación del microcosmos, es lo que desde antaño se conoce como rueda de las encarnaciones. Cada encarnación, mediante la adopción de una nueva personalidad natural, ofrece al microcosmos una nueva oportunidad. La vida, el mundo, son su escuela. Los conflictos, los sufrimientos y las alegrías, van dejando un poso de experiencias que hace posible que un día el hombre de la personalidad llegue a escuchar la voz que, desde un pasado remoto, intenta llamar sutilmente su atención..."
Extracto del curso de introducción a L.R.