El candidato a la iniciación debe mostrar una gran pureza de corazón. Todo egocentrismo está excluido, pues el yo es el resultado de la fragmentación, de la ilusoria multiplicidad que ha generado una vida separada del Espíritu. Por ello, es preciso cuestionarse lo que hasta ahora creíamos ser, pues probablemente nuestro verdadero Yo, nuestro ser interior, en general, todavía está por descubrir. Cuando la conciencia llega a este reconocimiento, la clave vibratoria del sistema humano comienza a cambiar y ella se vuelve receptiva al toque del Espíritu. A partir de ese momento la conciencia comienza a reconocer, a vislumbrar algo del verdadero sentido de la vida, de la verdadera naturaleza espiritual del ser humano, empujándole a la acción. ¡Pues estado de conciencia es estado de vida! Cuando el yo deja paso al Otro en él, al Ser Original, al Avatar latente en el corazón, se restablece el puente que une el tiempo y la eternidad y, en este devenir, el conocimiento de sí mismo va adquiriendo progresivamente mayor profundidad. En realidad, saberse portador de una chispa inmortal nunca es una mera creencia, sino el resultado de múltiples experiencias y también muchas desilusiones, de un aprendizaje que ha ido dejando un poso incontestable de absoluta certeza.