martes, 29 de julio de 2008

El Rosacruz Medieval - Procesos Alquímicos según Rudolf Steiner

En "Cristianismo Rosacruz" Rudolf Steiner dice:
"El rosacruz medieval estudiaba aquellos procesos naturales que consideraba como los procesos telúricos de la naturaleza. He aquí el primer proceso importante: La salificación: el rosacruz medieval llamaba sal a todo aquello que puede precipitarse o sedimentarse en una solución como sustancia sólida. Sin embargo, al observar el rosacruz medieval esa salificación su concepto de ella era bien distinto del que tiene el hombre actual; para que en aquél se operara la debida comprensión, la contemplación del proceso debía suscitar en él la actitud de una plegaria. Por eso, el rosacruz de la Edad Media trató de darse cuenta de cuál habría de ser el proceso que debería tener lugar, para que esa misma salificación se produjera también en el alma. Pensaba: la naturaleza humana se aniquila continuamente, debido a sus instintos y pasiones. Nuestra vida sería una desintegración, un proceso de putrefacción, si nos entregáramos únicamente a nuestros apetitos. Si el hombre quiere realmente protegerse contra ese proceso de putrefacción, tiene que entregarse continuamente a pensamientos puros que tiendan hacia lo espiritual. Había que ennoblecer el pensamiento. Ese rosacruz sabía que, si en alguna encarnación no transmutaba sus pasiones, nacería en la siguiente con determinadas disposiciones patológicas; en cambio, que se las purificaba, reencarnaría en un cuerpo sano. El proceso de superar, por la espiritualidad, las fuerzas de putrefacción, puede considerarse como salificación microcósmica. Así comprenderemos cómo aquel proceso natural pudo convertirse, para el rosacruz medieval, en la más fervorosa plegaria.
Al contemplar la salificación, los antiguos rosacruces se decían con casto sentimiento de devoción: Aquí, las potencias divino-espirituales han actuado, durante milenios, de la misma manera que en mí actúan los pensamientos puros. A través de la naturaleza como maya, adoro los pensamientos de los Dioses, de las entidades divino-espirituales; me hago similar al macrocosmos si la naturaleza suscita en mí sentimientos de esta categoría; en cambio, me separo de Dios, abandono el macrocosmos, si me limito a observar el proceso exteriormente.
Otra experiencia era: la disolución, proceso natural que también conducía al rosacruz medieval hacia la plegaria. Todo lo que es capaz de disolver, el rosacruz lo llamaba mercurio, lo que le inducía a preguntar: ¿Cuál es la cualidad correlativa en el alma humana?.
¿Qué factor actúa en ella en forma semejante al mercurio del mundo exterior?. El rosacruz medieval sabía que ese factor significa cualquiera de las formas del amor, y distinguía, en analogía con las formas inferiores y superiores del amor, entre los procesos de disolución se convirtió en otra fervorosa plegaria en la que el teósofo medieval expresaba: El amor de Dios ha actuado durante milenios en el mundo exterior, de manera parecida a como el amor actúa en mi interior. El tercer proceso natural importante era para el teósofo medieval, la combustión, esto es, la consunción por medio del fuego de una sustancia exterior, y también en este proceso de combustión buscaba el rosacruz medieval la contraparte anímica que encontraba en su entrega fervorosa a la Divinidad. Y llamaba azufre a sulfuro a todo lo que fuera capaz de destruirse mediante el fuego. En los estados evolutivos de la tierra veía el proceso de la purificación paulatina, comparable a un proceso de combustión o un proceso sulfúreo. Así como sabía que en un futuro la tierra sería purificada por el fuego, así también consideraba la entrega fervorosa a la Divinidad como un proceso de combustión. En los procesos telúricos reconocía la labor de unos dioses que levantaban la mirada hacia otros superiores. Y, penetrado de profunda devoción y de hondo sentimiento religioso, al contemplar la combustión se decía: en este acto los dioses inferiores presentan su ofrenda a los dioses superiores, del mismo modo que yo lo hago al llevar a cabo un proceso de combustión en mi propio laboratorio, y sólo se consideraba digno de actuar en esta forma en su laboratorio, si se sentía penetrado de una actitud de sacrificio, si sentía dentro de sí el deseo de entregarse en ofrenda a los dioses. El poder de la llama henchía al teósofo medieval de profunda religiosidad que se manifestaba en las palabras: al observar la llama en el macrocosmos, intuyo en ella el pensamiento de los dioses, su amor y su actitud de sacrificio. El rosacruz de la Edad Media llevó a cabo todos estos procesos en su propio laboratorio y luego se entregó a la contemplación de la salificación, la disolución y la combustión, entregándose siempre a sentimientos profundamente religiosos, lo que le llevaba a sentir su conexión con las potencias macrocósmicas.
Estos trámites anímicos provocaban en él:
1) Pensamientos divinos,
2) Amor divino,
3) Sacrificio divino.
Luego descubría que, al llevar a cabo un proceso de salificación, surgían en él mismo pensamientos puros y purificantes; en el de disolución se sentía impulsado hacia el amor penetrado de amor divino, y en el de combustión se sentía atizado hacia un servicio de ofrenda, impelido a sacrificarse en aras del mundo. Esto era lo que vivía el experimentador.
Si, dotados de clarividencia, hubiéramos asistido a alguno de estos experimentos, habríamos registrado un cambio en el aura de la persona que los hacía. Esta aura que, antes del experimento, se veía muy turbia, impregnada de los apetitos e instintos que esa persona había alimentado, se tornaba, como consecuencia del experimento, en aura de un solo color: en el experimento de salificación era cobrizo, correspondiente a los pensamientos divinos puros; en el de disolución, argentino, correspondiente al amor divino, y finalmente, en la combustión, áureo, característico de la ofrenda a la divinidad. Los alquimistas decían que del aura habían hecho el cobre subjetivo, la plata subjetiva y el oro subjetivo. A consecuencia de ello, quien había pasado por semejante experiencia, quien había vivido semejante experimento en efectividad interior, se penetraba por completo de amor divino.
El resultado de esas manipulaciones era, pues, un hombre impregnado de pureza, de amor y de voluntad para el sacrificio y, mediante este servicio de ofrenda, los teósofos medievales preparaban cierta clarividencia. Así es como el teósofo medieval podía intuir la manera cómo los seres espirituales tras el velo de maya, hacían nacer y perecer las cosas; así como comprender cuáles de entre las aspiraciones del alma favorecen nuestro desarrollo y cuáles no. Conocía así nuestras propias fuerzas generatrices y de descomposición. Con base en la contemplación de la naturaleza, el teósofo medieval comprendió la ley de la evolución ascendente y descendente, y expresó en imágenes y figuras imaginativas, la ciencia de esta manera adquirida. Se trataba de una especie de conocimiento imaginativo, y resultado de ello es lo que ayer comentamos como “Los símbolos secretos de los rosacruces”."