La muerte descompone al sujeto en elementos pesados y livianos. Lo espeso se condensa al fondo del vaso, y cae en putrefacción. Es entonces que aparece el color negro, índice de que la Obra prosigue en forma normal. Mientras el cuerpo del sujeto se putrifica, su alma se suelta. Ella se eleva en el interior del Huevo y se acumula en su parte superior en la medida en que se suelta. A la larga, los elementos etéreos sufren a su vez una condensación que se traduce en lluvia o rocío. En este momento, el Alquimista activa dulcemente el fuego de su matraz a fin de que se evapore la humedad caída sobre el sujeto. Debe operar con delicadeza, provocando alternadas lluvias y evaporaciones, hasta el momento en que el sujeto, por los progresivos lavados, blanquea. La aparición del color blanco es saludada con alegría por el Alquimista, que, de ahí en adelante no tiene más que aumentar su fuego para obtener el color rojo, recompensa de su trabajo de primer grado.